viernes, 23 de noviembre de 2007

Y LA CONTINUACIÓN DE ESTA HISTORIA TAMBIÉN LA CONTABA A SU MANERA LA SIBILA DE CUMAS.


















Ya ha llegado la última edad que anunció la profecía de Cumas. La gran hilera de los siglos empieza de nuevo. Ya vuelve también la virgen, el reino de Saturno vuelve. Ya se nos envía una nueva raza del alto cielo. Únicamente, a ese niño que nace, con quien terminará por fin la edad de hierro y surgirá la edad de oro para todo el mundo, tú, casta Lucina, ampáralo: ya reina tu Apolo. Justamente en tu consulado, el tuyo, Polín, llegará tal gloria del tiempo y empezarán a marchar los grandes meses. Bajo tu guía, si alguna huella de nuestro pasado queda, se borrará, librando a las tierras de su miedo eterno. El tendrá la vida de los dioses y verá a los héroes mezclados entre los dioses, y él, a su vez, será visto por ellos. Y gobernará el orbe pacificado por las virtudes de su padre.
Ahora bien, como primeros regalillos, niño, la tierra sin ninguna labranza derramará por doquier para ti hiedras errantes, así como bácar, y colocasias enredadas con cardos risueños. Las cabras volverán a casa solas con las ubres hinchadas de leche, y las vacas no temerán a los grandes leones; por sí sola la cuna derramará para ti blandas flores. Morirá también las serpiente; la hierba que engaña con el veneno morirá también; por todas partes nacerá el amomo sirio.
Mas asi que puedas leer las glorias de los héroes y las gestas de tu padre, y saber qué es el valor, poco a poco irá amarilleando el campo con la blanda espiga, de los zarzales bravíos colgorá el racimo rojizo y las duras encinas destilarán el rocío de la miel.
Sin embargo, subsistirán unas pocas huellas del yerro primitivo, que manden tentar a Tetis con los barcos, ceñir plazas con murallas, hender surcos en la tierra. Habrá entonces un segundo Tifís y una segunda Argó que transporte a los héroes elegidos; habrá también otras guerras segundas y otra vez se enviará a Troya un Aquiles.
Luego, cuando ya la edad robusta te haga un hombre, el propio pasajero renunciará al mar, y el pino naval no cambiará mercancías. Toda tierra dará de todo. El suelo no sufrirá a los rastrillos, ni la viña a las hoces; el forzudo labrador desuncirá entonces también los toros del yugo. La lana no aprenderá fingir colores variados, sino que el propio carnero, en los prados, cambiará sus vellones ora con púrpura suvemente roja, ora con amarillo azafrán; de su grado el color escarlata teñirá los corderos en el pasto. "Aprisa, hilad tales siglos", dijeron a sus husos las Parcas, de acuerdo con la voluntad inmutable de los hados.
Entra en los grandes oficios (ya llega el momento), oh vástago querido de los dioses, magna semilla de Júpiter. Mira el mundo que te hace señal con el peso de su bóveda, y las tierras, los trechos del mar, el cielo profundo; mira cómo todo se alegra con el siglo que está al llegar. ¡ Ojalá me reste para entonces la última parte de una vida larga y el aliento suficiente para decir tus hazañas¡ No ha de vencerme a cantar ni Orfeo de Tracia, ni Lino, aunque al uno le asista la madre, y al otro el padre, a Orfeo, Calíope, a Lino, el hermoso Apolo. Incluso si Pan compartiese conmigo, ante el juicio de la Arcadia, Pan incluso confesaría que ha sido vencido, ante el juicio de la Arcadia.
Empieza, niño pequeño, a conocer a tu madre riéndole (a tu madre diez meses trajeron largos hastíos); empieza, niño prequeño: al que no le han reído los padres, no lo convida a su mesa el dios ni la diosa a su lecho.
Virgilio, Bucólica IV.

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